IMPECABLES

"Porque si pecáremos voluntariamente después de haber recibido el conocimiento de la verdad, ya no queda más sacrificio por los pecados". Hebreos 10:26
Recuerdo claramente aquel día. Estaba yo en una de nuestras iglesias para predicar e introduje el sermón con el texto de arriba. Una dama muy enojada me interrumpió gritando que no debía usar ese texto porque "desanimaba a la gente".
Me costó un poco que se calmara y escuchara el resto de lo que tenía que decir, -que complementaba lo que dice este versículo-. Es que nos asusta lo que parece un pasaje difícil. de conciliar con el eterno amor divino.
A todos nos gusta que nos hablen del amor de Dios, de su infinito perdón, de su gracia y misericordia; y quiero dejar bien en claro que estas son verdades esenciales del cristianismo bíblico.
Nunca diremos suficiente acerca de estos temas, nunca alcanzaremos sus profundidades; porque el maravilloso amor divino está completamente fuera del alcance de nuestra humana comprensión.
Pero es también cierto que tan inmenso amor tiene límites. Límites que estarán marcados por la respuesta humana y no por algún "cansancio" divino. Su paciencia no se agota jamás, pero cuando rechazamos la luz obstinada, reiterada y voluntariamente, entonces lo único que nos queda es la más negra oscuridad.
Hago aquí un breve paréntesis: Todos experimentamos la realidad del pecado en nuestras vidas. Tenemos que disputar con él cada centímetro de nuestra existencia. Duele decirlo, pero creo que a todos nos resulta más fácil contabilizar derrotas que victorias en este asunto. Caemos, nos levantamos, solo para volver a caer otra vez, porque somos pecadores.
No obstante, cada vez que pecamos y nos damos cuenta de nuestra maldad, si acudimos arrepentidos a los pies de Jesús alcanzamos el perdón.
Las Escrituras dicen claramente que:"si andamos en luz, como él está en luz, tenemos comunión unos con otros, y la sangre de Jesucristo su Hijo nos limpia de todo pecado. Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos, y la verdad no está en nosotros. Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad. Si decimos que no hemos pecado, le hacemos a él mentiroso, y su palabra no está en nosotros".1ª Juan 1:7-10
Y también es una realidad que: "Ciertamente no hay hombre justo en la tierra, que haga el bien y nunca peque". Eclesiastés 7:20
 Pero el nuestra condición pecaminosa no es algo con lo que podamos jugar; no es algo que podamos mantener indefinidamente en un carrusel (calesita) de pecado, supuesto arrepentimiento, perdón, vuelta a caer en el mismo pecado, y vuelta a comenzar el círculo.
Lo que el Señor espera es que, siendo perdonados, dejemos de pecar. Jesús mismo lo enseñó:
  • "Después le halló Jesús... y le dijo: Mira, has sido sanado; no peques más". Juan 5:14
  • "Entonces Jesús le dijo: Ni yo te condeno; vete, y no peques más." Juan 8:11
El problema es ¿cómo lo hacemos?
La Biblia nos sugiere dos maneras de alcanzar el blanco de ser "impecables":
  1. "Sabemos que todo aquel que ha nacido de Dios, no practica el pecado, pues Aquel que fue engendrado por Dios le guarda, y el maligno no le toca". 1ª Juan 5:18
  2.  "Todo aquel que permanece en él, no peca; todo aquel que peca, no le ha visto, ni le ha conocido... Todo aquel que es nacido de Dios, no practica el pecado, porque la simiente de Dios permanece en él; y no puede pecar, porque es nacido de Dios". 1ª Juan 3:6,9
Nacer de Dios y permanecer en él ¡Qué sencillo parece!
Nacer de nuevo, del agua y del Espíritu, permaneciendo bajo la guía del mismo Espíritu, para comenzar un círculo diferente.
No se trata ya del carrusel  de la pecaminosidad mencionado arriba.
Un nuevo y mejor círculo, que consiste en beber del agua de vida, ser saciados y regresar de nuevo a la fuente para beber una y otra vez de él.
Aunque todo lo provee el Señor, apropiarnos de estas promesas requiere del ejercicio correcto de nuestra voluntad, fortalecida por el poder divino. Requiere de fe, humildad, abnegación y de constante renuncia a los caminos de este mundo (¿no era esto lo que se esperaba de mi cuando me bauticé...?).
Sus promesas, su sacrificio en nuestro favor, su gracia habilitadora y su poder para vencer el mal están allí, desafiándonos, llamándonos, aguardándonos...
¿Nos apropiaremos de ellas por la fe?
"Y ahora, hijitos, permaneced en él, para que cuando se manifieste, tengamos confianza, para que en su venida no nos alejemos de él avergonzados". 1ª Juan 2:28

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