JESÚS SANA AL SIERVO DE UN CENTURIÓN



“Después que hubo terminado todas sus palabras al pueblo que le oía, entró en Capernaum. Y el siervo de un centurión, a quien éste quería mucho, estaba enfermo y a punto de morir. Cuando el centurión oyó hablar de Jesús, le envió unos ancianos de los judíos, rogándole que viniese y sanase a su siervo. Y ellos vinieron a Jesús y le rogaron con solicitud, diciéndole: Es digno de que le concedas esto; porque ama a nuestra nación, y nos edificó una sinagoga. Y Jesús fue con ellos. Pero cuando ya no estaban lejos de la casa, el centurión envió a él unos amigos, diciéndole: Señor, no te molestes, pues no soy digno de que entres bajo mi techo; por lo que ni aun me tuve por digno de venir a ti; pero di la palabra, y mi siervo será sano. Porque también yo soy hombre puesto bajo autoridad, y tengo soldados bajo mis órdenes; y digo a éste: Ve, y va; y al otro: Ven, y viene; y a mi siervo: Haz esto, y lo hace. Al oír esto, Jesús se maravilló de él, y volviéndose, dijo a la gente que le seguía: Os digo que ni aun en Israel he hallado tanta fe.Y al regresar a casa los que habían sido enviados, hallaron sano al siervo que había estado enfermo” (Lucas 7:1-10).
 Aquí se encuentran tres grupos de personas que piden por salud:

  •  Los ancianos de los judíos, que representan a las personas que piden porque alguien es “digno” o porque fueron beneficiadas por él.
  • Los amigos, que representan a quienes piden por simpatía y buena voluntad.
  •  El mismo centurión, que representa el interés personal por el enfermo.

 Dos diferentes maneras de solicitar sanidad:

  •  En base a los méritos de la persona. Esta no es la forma adecuada, porque Dios no se halla obligado por nuestra bondad.
  • El modo correcto: reconociendo nuestra falta de mérito y solicitando la misericordia divina.

 Una única razón para ser escuchados:
 Conscientes de nuestra gran necesidad, debemos tener fe en la autoridad de Cristo sobre la enfermedad “pero di la palabra, y mi siervo será sano”.

 Tal como el centurión, debemos acercarnos a Dios con humildad, con reconocimiento de nuestra indignidad y con fe en su poder. Luego dejar los resultados en sus manos, sabiendo que, en su sabiduría, el Señor puede o no concedernos lo que pedimos.
La oración de fe no obliga a Dios, sino que se pone en sumisión a su voluntad. Él no obra de acuerdo a nuestros deseos, sino que concede lo que es para nuestro bien y para el adelanto de su causa.

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