¿CÓMO ESTÁN TUS VESTIDURAS?

Una mancha de tinta asomaba en el bolsillo de mi camisa nueva. No se como llegó allí, tal vez de algún bolígrafo estropeado que coloqué sin darme cuenta. De todos modos, allí estaba, afeando mi mejor camisa.
Mi esposa trató de quitarla, pero la mancha resistió. Tras muchos y vanos intentos con todos los productos "infalibles" que el mercado ofrecía para ese propósito, la mancha seguía allí, y la camisa nueva no sirve ya más que para usarla de entrecasa.
Lo mismo sucede con el carácter. Una pequeña mancha nos inhabilita por completo para gozar de la presencia del Señor ahora mismo, y finalmente nos dejará fuera del cielo y de la vida eterna.
Las Escrituras colocan ante nosotros un blanco elevado. Nadie cruzará por las perlinas puertas de la Santa Ciudad con pecados que manchen sus vidas. Solo seres santos podrán vivir en la presencia de Aquel que es todo santidad y pureza.
El Salmista pregunta:
"¿Quién subirá al monte de Jehová? ¿Y quién estará en su lugar santo? El limpio de manos y puro de corazón " Salmos 24:3,4
Y Elena White las aplica al momento en que el Señor Jesús retornará: "Pronto se volvieron nuestros ojos hacia el oriente, donde había aparecido una nubecilla negra del tamaño de la mitad de la mano de un hombre, que era, según todos comprendían, la señal del Hijo del hombre. En solemne silencio, contemplábamos cómo iba acercándose la nubecilla, volviéndose cada vez más esplendorosa hasta que se convirtió en una gran nube blanca cuya parte inferior parecía fuego... Sus ojos eran como llama de fuego, y escudriñaban de par en par a sus hijos. Palidecieron entonces todos los semblantes y se tornaron negros los de aquellos a quienes Dios había rechazado. Todos nosotros exclamamos: “¿Quién podrá permanecer? ¿Está mi vestidura sin manchas?” Después cesaron de cantar los ángeles, y por un rato quedó todo en pavoroso silencio  {Primeros Escritos página 15}
El terrorífico silencio se debe a que nadie absolutamente nadie en esta tierra, llevó ni llevará una vida sin pecado. Jamás seremos limpios de manos o puros de corazón por cuenta propia. Frente al inmaculado carácter de Cristo, todas nuestras justicias son de menos valor que aquella camisa mía estropeada; apenas trapos inmundos, que solo sirven para ser tirados a la basura.
¿Cómo quitar esa clase de manchas?
Afortunadamente, hay una vía de escape, hay limpieza para la mancha mortal del pecado.
La cita anterior felizmente continúa así: "cuando Jesús dijo: “Quienes tengan las manos limpias y puro el corazón podrán subsistir. Bástaos mi gracia.” Al escuchar estas palabras, se iluminaron nuestros rostros y el gozo llenó todos los corazones. Los ángeles pulsaron una nota más alta y volvieron a cantar, mientras la nube se acercaba a la tierra". {Ídem. página 15}
Únicamente la gracia divina puede realizar el portentoso milagro de volver limpio lo inmundo, y blanquear la negrura de nuestros corazones. Solo ella puede triunfar donde sin duda fracasarán el más tenaz esfuerzo humano y la voluntad más firme.
Este maravilloso proceso de purificación se ilustra en la Biblia con la visión del sumo sacerdote Josué.
"Entonces me mostró a Josué, el sumo sacerdote, que estaba de pie ante el ángel del Señor, y a Satanás, que estaba a su mano derecha como parte acusadora. El ángel del Señor le dijo a Satanás: «¡Que te reprenda el Señor, que ha escogido a Jerusalén! ¡Que el Señor te reprenda, Satanás! ¿Acaso no es este hombre un tizón rescatado del fuego?» Josué estaba vestido con ropas sucias en presencia del ángel. Así que el ángel les dijo a los que estaban allí, dispuestos a servirle: «¡Quítenle las ropas sucias!» Y a Josué le dijo: «Como puedes ver, ya te he liberado de tu culpa, y ahora voy a vestirte con ropas espléndidas.»" Zacarías 3:1-4 NVI..
En esta escena de juicio, el enemigo nos acusa con la verdad, nuestras ropas no están limpias. Pero Cristo se interpone entre Satanás y nosotros y nos regala las albas vestiduras de su perfecta justicia.
Cuando por la fe aceptamos su ofrecimiento gratuito, somos revestidos con ropas blancas, que representan nuestro derecho y nuestra idoneidad para el cielo.

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