UNIDAD EN FE Y EN DOCTRINA

Mi esposo, junto con los pastores José Bates, Esteban Pierce, Hiram Edson, y otros que eran inteligentes, nobles y veraces, estaba entre aquellos que, después que pasó el tiempo en 1844, escudriñaron en procura de la verdad como un tesoro escondido.
Solíamos reunirnos, con el alma cargada, orando que fuéramos hechos uno en fe y doctrina; porque sabíamos que Cristo no está dividido. Un tema a la vez era objeto de investigación. Las Escrituras se abrían con reverente temor. A menudo ayunábamos, a fin de estar mejor preparados para entender la verdad. Después de fervientes plegarias, si algún punto no se entendía, era objeto de discusión, y cada uno expresaba su opinión con libertad; entonces solíamos arrodillarnos de nuevo en oración, y ascendían fervientes súplicas al cielo para que Dios nos ayudara a estar completamente de acuerdo, para que pudiéramos ser uno como Cristo y el Padre son uno. Muchas lágrimas eran derramadas.
Pasamos muchas horas de esta manera. A veces pasábamos la noche entera en solemne investigación de las Escrituras, a fin de poder entender la verdad para nuestro tiempo. En tales ocasiones el Espíritu de Dios solía venir sobre mí, y las porciones difíciles eran aclaradas por el medio señalado por Dios, y entonces había perfecta armonía. Eramos todos de una misma mente y de un mismo espíritu.
Poníamos especial cuidado en que los textos no fueran torcidos para acomodarse a las opiniones de hombre alguno. Tratábamos de hacer que nuestras diferencias fueran tan leves como fuera posible, no espaciándonos en puntos de menor importancia sobre los cuales hubiera opiniones variadas. Pero la preocupación de toda alma era producir entre los hermanos una condición que fuera una respuesta a la oración de Cristo de que sus discípulos fuesen uno como él y el Padre son uno.
A veces uno o dos de los hermanos se empecinaban contra el punto de vista presentado, dando rienda suelta a los sentimientos naturales del corazón; pero cuando aparecía esta disposición, suspendíamos las investigaciones y postergábamos nuestra reunión, para que cada uno pudiera tener la oportunidad de ir a Dios en oración, y, sin conversación con otros, estudiara el punto de diferencia, pidiendo luz del cielo. Con expresiones de amistad nos separábamos, para reunirnos de nuevo tan pronto como fuera posible a fin de proseguir con la investigación. A veces el poder de Dios venía sobre nosotros en una forma señalada, y cuando una luz clara revelaba los puntos de la verdad, juntos llorábamos y nos regocijábamos. Amábamos a Jesús; y nos amábamos los unos a los otros...
Dios está sacando a un pueblo del mundo para colocarlo sobre la exaltada plataforma de la verdad eterna, los mandamientos de Dios y la fe de Jesús. El quiere disciplinar y preparar a sus hijos. No estarán en desacuerdo, creyendo uno una cosa, y teniendo otro una fe y opiniones totalmente opuestas, moviéndose cada uno independientemente del cuerpo. Por la diversidad de los dones y ministerios que él ha puesto en la iglesia, todos pueden llegar a la unidad de la fe. Si un hombre adopta sus puntos de vista referentes a la Biblia sin considerar la opinión de sus hermanos, y justifica su conducta alegando que tiene derecho de profesar sus propias opiniones peculiares, y luego las impone a otros, ¿cómo podrá cumplirse la oración de Cristo? Y si otro y aún otro se levanta, y cada uno reclama el derecho a creer y hablar lo que le place sin referencia a la fe del cuerpo, ¿dónde estará la armonía que existió entre Cristo y su Padre, y que Cristo pidió en oración existiera entre sus hermanos?
Aunque tenemos una obra individual y una responsabilidad individual delante de Dios, no hemos de seguir nuestro propio juicio independiente, sin considerar las opiniones y los sentimientos de nuestros hermanos; este proceder conducirá al desorden en la iglesia. Es deber de los ministros respetar el juicio de sus hermanos; pero sus relaciones mutuas, así como las doctrinas que enseñan, deben ser examinadas a la luz de la ley y el testimonio; entonces, si los corazones son dóciles para recibir enseñanza, no habrá divisiones entre nosotros. Algunos están inclinados a ser desordenados, y están apartándose de los grandes hitos de la fe; pero Dios está induciendo a sus ministros a ser uno en doctrina y en espíritu.
Es necesario que nuestra unidad hoy sea de un carácter tal que soporte el fuego de la prueba... Tenemos muchas lecciones que aprender, y muchísimas que desaprender. Sólo Dios y el cielo son infalibles. Serán chasqueados quienes creen que nunca habrán de abandonar una opinión acariciada, que nunca se les presentará la ocasión de cambiar su punto de vista. Mientras sigamos aferrados a nuestras propias ideas y opiniones con empecinada porfía, no podremos tener la unidad por la cual Cristo oró.
Cuando un hermano recibe nueva luz sobre las Escrituras, debe explicar francamente su posición, y todo ministro debe investigar las Escrituras con un espíritu libre de prejuicios para ver si los puntos presentados pueden ser comprobados por la palabra inspirada. “El siervo del Señor no debe ser contencioso, sino amable para con todos, apto para enseñar, sufrido; que con mansedumbre corrija a los que se oponen, por si quizá Dios les conceda que se arrepientan para conocer la verdad”. 2ª Timoteo 2:24, 25.
Al recapacitar en nuestra historia pasada, habiendo recorrido cada paso de su progreso hasta nuestra situación actual, puedo decir: ¡Alabemos a Dios! Mientras contemplo lo que Dios ha hecho, me siento llena de asombro, y confianza en Cristo como nuestro líder. No tenemos nada que temer por el futuro, excepto que olvidemos la manera en que el Señor nos ha conducido.
Tomado de Testimonios para los Ministros págs. 24 - 32 (El subrayado y destacados son míos).

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