JESÚS ¿NECESITADO DE AFECTO?


Y muchos de los samaritanos de aquella ciudad creyeron en él por la palabra de la mujer, que daba testimonio diciendo: Me dijo todo lo que he hecho. Entonces vinieron los samaritanos a él y le rogaron que se quedase con ellos; y se quedó allí dos días. Y creyeron muchos más por la palabra de él, y decían a la mujer: Ya no creemos solamente por tu dicho, porque nosotros mismos hemos oído, y sabemos que verdaderamente éste es el Salvador del mundo, el Cristo". Juan 4:39-42
Jesús había entablado un diálogo con una mujer samaritana. Esta desdichada alma llena de prejuicios fue doblegada por el amor del Salvador y dejando su cántaro fue a la ciudad a contar lo sucedido. 
Lo maravilloso de este incidente es que la persona menos "digna" de un pueblo "indigno" -para los judíos-, fue la receptora de uno de los más extraordinarios mensajes de Cristo. Nuestro Señor le habló del privilegio de beber del agua de vida, de ser levantado como la serpiente en el desierto, y finalmente le dijo lo registrado en el magistral pasaje de Juan 3:16, que es el evangelio concentrado.
Al contrario de los grandes filósofos, Jesús revelaba las más grandes verdades, no a multitudes, sino al auditorio de una sola alma realmente deseosa de escucharlo. Se tomaba el tiempo para escucharlas, para dirigir sus mentes de las cosas de esta vida a las realidades eternas y para despertar en ellas el deseo de alcanzar la salvación ¡Bendito Redentor!
"Jesús se regocijaba de que sus palabras habían despertado la conciencia de la mujer. La había visto beber del agua de la vida, y su propia hambre y sed habían quedado satisfechas. El cumplimiento de la misión por la cual había dejado el cielo fortalecía al Salvador para su labor, y lo elevaba por encima de las necesidades de la humanidad. El ministrar a un alma que tenía hambre y sed de verdad le era más grato que el comer o beber. Era para él un consuelo, un refrigerio. La benevolencia era la vida de su alma". DTG pág. 161
La mujer samaritana a su vez fue el canal de la gracia para toda una aldea. Los pobladores vinieron en tropel a escuchar a Aquel que había transformado a una mujer menospreciada y triste, en alguien radiante de gozo y paz. Su testimonio resultó irresistible por el contraste que ofrecía. 
Al oírlo, los samaritanos le pidieron a Jesús que se quedara y les hablara más de esas verdades que transforman el alma. Su entusiasmo alegró el corazón de Cristo. 
“Nuestro Redentor anhela que se le reconozca. Tiene hambre de la simpatía y el amor de aquellos a quienes compró con su propia sangre. Anhela con ternura inefable que vengan a él y tengan vida. Así como una madre espera la sonrisa de reconocimiento de su hijito... así Cristo espera la expresión de amor agradecido que demuestra que la vida espiritual se inició en el alma”. DTG pág. 161
Tendemos a veces a pensar en Dios en términos tan abstractos que olvidamos que él también siente. Que sufre nuestros dolores, se entristece por nuestro rechazo, que ríe con nosotros y se goza en nuestros triunfos.
De la misma forma que nos agrada ser tenidos en cuenta en nuestros logros y ser apoyados en los momentos difíciles de nuestra existencia, Cristo también espera una retribución a su gran fidelidad. No egoístamente, como solemos hacer los hombres, sino como un fruto natural de su inmensa misericordia.
La lección implícita en este incidente es que Él está esperando que le reconozcas. Que tomes en cuenta cada  bendición recibida, que aceptes su amor redentor, que tengas en cuenta su sacrificio por ti; en fin, que lo valores debidamente. 
¿Reconoces a tu Redentor? ¿Le expresas tu amor? ¿Alabas su bondad y misericordia?
Él espera tu reconocimiento, no lo olvides. 


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