EXTRAÑA TRANSACCIÓN


“Y vino a mí Hanameel hijo de mi tío, conforme a la palabra de Jehová, al patio de la cárcel, y me dijo: Compra ahora mi heredad, que está en Anatot en tierra de Benjamín”. Jeremías 32:8
¡Vaya, qué pedido!
A un anciano profeta -preso en la cárcel de una ciudad asediada y pronta a caer, pasando penurias, hambre y sed-, se le pide que redima una propiedad de su primo, en otra ciudad. 
No podía ser más extraño el requerimiento del Señor, por cuanto era evidente para cualquiera que ni Jeremías ni su pariente jamás disfrutarían del terreno comprado, ya sea a corto o largo plazo. No parecía haber la menor posibilidad de salir de la cárcel, o de vencer a los caldeos que los asediaban. Él se encontraba en esa situación, ¡precisamente por profetizar la ruina y la destrucción de Jerusalén!
Pero, aunque extrañado, el profeta obedeció a Dios y la compró, tomando todas las precauciones legales de la época, tal como se ve en el relato que sigue: “Y compré la heredad de Hanameel, hijo de mi tío, la cual estaba en Anatot, y le pesé el dinero; diecisiete siclos de plata. Y escribí la carta y la sellé, y la hice certificar con testigos, y pesé el dinero en balanza. Tomé luego la carta de venta, sellada según el derecho y costumbre, y la copia abierta. Y di la carta de venta a Baruc hijo de Nerías, hijo de Maasías, delante de Hanameel el hijo de mi tío, y delante de los testigos que habían suscrito la carta de venta, delante de todos los judíos que estaban en el patio de la cárcel. Y di orden a Baruc delante de ellos, diciendo: Así ha dicho Jehová de los ejércitos, Dios de Israel: Toma estas cartas, esta carta de venta sellada, y esta carta abierta, y ponlas en una vasija de barro, para que se conserven muchos días. Porque así ha dicho Jehová de los ejércitos, Dios de Israel: Aún se comprarán casas, heredades y viñas en esta tierra”. (vers. 9-15).
Jeremías, al comprar esa propiedad, actuaba como el goel, el pariente redentor, que rescata los bienes de su pariente en dificultades. Dios, por su parte, se proponía mediante esta singular acción dar esperanzas de redención al atribulado pueblo de Israel. 
Aunque la promesa de Dios que coronaba esa extraordinaria lección objetiva era clara, resultaba sumamente difícil de creer en las condiciones imperantes. Por tanto, Jeremías, expresó su perplejidad en oración: ¡Oh Señor Jehová! he aquí que tú hiciste el cielo y la tierra con tu gran poder, y con tu brazo extendido, ni hay nada que sea difícil para ti... He aquí que con arietes han acometido la ciudad para tomarla, y la ciudad va a ser entregada en mano de los caldeos que pelean contra ella, a causa de la espada, del hambre y de la pestilencia; ha venido, pues, a suceder lo que tú dijiste, y he aquí lo estás viendo. ¡Oh Señor Jehová! ¿Y tú me has dicho: Cómprate la heredad por dinero, y pon testigos; aunque la ciudad sea entregada en manos de los caldeos?” (vers. 16-25).
La contundente respuesta del Señor al dubitativo profeta no se hizo esperar: “Y vino palabra de Jehová a Jeremías, diciendo: He aquí que yo soy Jehová, Dios de toda carne; ¿habrá algo que sea difícil para mí?” (vers. 27).
No había razón para desconfiar de sus promesas. Se cumplirían sin falta, pues Él es Todopoderoso y tiene abundancia de recursos para bendecir a sus hijos. No solo haría que volvieran a poseer sus tierras; también se proponía atacar la raíz de sus dificultades -su pecaminosidad- cambiando sus corazones. 
Entonces extiende su promesa de restauración: "Y les daré un corazón, y un camino, para que me teman perpetuamente, para que tengan bien ellos, y sus hijos después de ellos. Y haré con ellos pacto eterno, que no me volveré atrás de hacerles bien, y pondré mi temor en el corazón de ellos, para que no se aparten de mí. Y me alegraré con ellos haciéndoles bien, y los plantaré en esta tierra en verdad, de todo mi corazón y de toda mi alma" (vers.39-41 ).
¡Qué maravilloso y amante Dios tenemos!
Finalmente, esta desventajosa operación comercial señala hacia la obra de Jesús, quien nos redimió del poder del enemigo mediante una transacción todavía más extraña. 
La Biblia la describe de la siguiente manera: “Porque Cristo, cuando aún éramos débiles, a su tiempo murió por los impíos. Ciertamente, apenas morirá alguno por un justo; con todo, pudiera ser que alguno osara morir por el bueno. Mas Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros” (Romanos 5:6-8).
En nuestra condición extraviada y rebelde, estábamos completamente perdidos; nada merecíamos, nada podíamos esperar sino la muerte, como justo castigo por nuestros pecados. Pero el Salvador se interpuso, reclamando su derecho de redimirnos y dando su vida como pago por el pecado.
La heredad que Jeremías adquirió no tenía un gran precio, apenas 17 siclos de plata. En contraste, el costo de nuestra salvación es imposible de medir. 
¿Cuánto vale la sangre de Cristo, derramada en la cruz? ¿Qué precio le pondrías?
Si alguien tuviera tan solo una gota de su sangre, podría venderla por un precio fabuloso. Pero la vida del Hijo de Dios es imposible de cuantificar en valores materiales. No tiene precio.
Lo más importante del asunto, es que la extraña transacción divina fue hecha por amor hacia tí y hacia mí. Esto debería marcar una diferencia en nuestras vidas, "sabiendo que fuisteis rescatados de vuestra vana manera de vivir... no con cosas corruptibles, como oro o plata, sino con la sangre preciosa de Cristo, como de un cordero sin mancha y sin contaminación" 1ª Pedro 1:18,19.
Entrega hoy tu corazón al Señor en ofrenda de gratitud por tan asombroso amor.

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