¿SALVACIÓN INCOMPLETA?

¿Cómo conciliar la perfección de la justicia de Dios y lo absoluto de su poder para salvar, con el hecho de que caemos una y otra vez en el pecado, incluso después de habernos entregado a Jesús de todo corazón?
La Biblia afirma:  
"Por lo cual puede también salvar perpetuamente a los que por él se acercan a Dios, viviendo siempre para interceder por ellos". Hebreos 7:25 RV1960
Los comentadores están divididos sobre el significado correspondiente a este pasaje. Veamos como lo traducen algunas otras versiones:
  • "Salvar eternamente". RV Antigua
  • "Salvar perfectamente". BJ.
  • "Salvar para siempre". DHH
  • "Salvar -una vez y para siempre-". NTV
  • "Salvar por completo". NVI 
¿Somos salvados "una vez y para siempre",  o necesitamos serlo vez tras vez?
Para responder a este interrogante, es necesario comprender la dinámica de la salvación. El apóstol Pablo lo resume magníficamente así:
"Pero Dios, que es rico en misericordia, por su gran amor con que nos amó, aun estando nosotros muertos en pecados, nos dio vida juntamente con Cristo... y juntamente con él nos resucitó, y asimismo nos hizo sentar en los lugares celestiales con Cristo Jesús, para mostrar en los siglos venideros las abundantes riquezas de su gracia en su bondad para con nosotros en Cristo Jesús. Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios". Efesios 2:4-8
El acto salvador de Cristo en la cruz del Calvario es una obra acabada, que arrasó con el poder del pecado. Pasamos de muerte a vida, siendo resucitados y vistos por Dios como ¡estando ya sentados en el cielo junto a Jesús!
La salvación, entonces, es eterna, completa, perfecta y para siempre.
Y todo esto sucede por gracia por medio de la fe; es un regalo divino. 
Nada tenemos para dar a cambio; nada de mérito podemos aportar. 
Por ello, el Señor se goza en presentarnos ante el universo como su especial tesoro.
Pero la obra de la cruz no tiene solo efecto retroactivo, perdonando nuestros pecados pasados. Continúa obrando; limpiándonos y dándonos poder para obedecer a cada paso del camino. 
"Porque de su plenitud tomamos todos, y gracia sobre gracia". Juan 1:16.
Aunque el sacrificio de Cristo por nuestros pecados para justificación fue único e irrepetible, la gracia divina continúa derramándose -en raudales cada vez mayores-, sobre los que han de heredar la salvación. A esto le llamamos santificación. 
Cuando comprendamos cuán completamente arruinó el pecado la naturaleza humana y hasta qué punto distorsionó la imagen de Dios en el alma,  entenderemos también lo maravilloso de la gracia redentora.
Tengamos cuidado de no desmerecer tan grande y extraordinaria salvación. Así como la justificación que trae paz con nuestro Creador no es un simple cambio de status, la santificación tampoco consiste en limpiarnos cada vez que nos arrojamos al barro del pecado. 
Ella es la continuación de la obra de justicia, que restaura en el alma la perdida semejanza divina. El Salvador continúa su obra purificadora hasta terminarla, hasta que todo vestigio de egoísmo, sensualidad, orgullo, envidia y cualquier otra clase de maldad haya sido desarraigada. 
En este punto conviene detenerse, a fin de recalcar que somos salvos por gracia por medio de la FE. La fe (que también es un don gratuito), es el vehículo de la gracia, que cambia al pecador en un hijo de Dios con pleno derecho al cielo. 
Ninguna parte de esta maravillosa transformación puede realizarse sin nuestro consentimiento. Debemos aceptar el regalo, debemos consentir que el Espíritu obre en nosotros, debemos creer antes de ver los resultados. Sin fe -dice la Escritura- es imposible agradar a Dios.
Pero en el instante mismo en que creemos, pasamos a ser "conciudadanos de los santos, y miembros de la familia de Dios, edificados sobre el fundamento de los apóstoles y profetas, siendo la principal piedra del ángulo Jesucristo mismo, en quien todo el edificio... va creciendo para ser un templo santo en el Señor; en quien vosotros también sois juntamente edificados para morada de Dios en el Espíritu". Efesios 2:19-22
Ya redimidos, necesitaremos todavía crecer y ser edificados en santidad por el mismo poder que nos rescató. Jesús, nuestro maravilloso Redentor, nos regaló su justicia, aún trabaja en nuestra santificación y espera por nuestra glorificación.
Y aunque el proceso de adopción no ha terminado, ya somos parte de la familia celestial. Nuestro Salvador hizo posible que tengamos derecho al árbol de la vida y que podamos entrar en la Santa Ciudad, la Jerusalén celestial. 
 "Cristo, sumo sacerdote de los bienes venideros... por su propia sangre, entró una vez para siempre en el Lugar Santísimo, habiendo obtenido eterna redención". Hebreos 9:11,12 
¿No llena esto de alegría tu corazón?

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