YA GLORIFICADOS

- "No hay que decir buen día antes que amanezca".
Esto fue lo que le dije a aquella señorita, cuando anticipaba una fácil victoria del equipo femenino contra el equipo de minibásquet, en el club que yo dirigía.
Y mi dicho se vio justificado, porque los chicos les ganaron a las damas por buena diferencia.
Siempre me gustaron los refranes, porque expresan verdades de la sabiduría popular y son útiles para varias situaciones. Pero el siguiente texto de la Biblia echa por tierra mi refrán:
"Y sabemos que a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien, esto es, a los que conforme a su propósito son llamados. Porque a los que antes conoció, también los predestinó para que fuesen hechos conformes a la imagen de su Hijo, para que él sea el primogénito entre muchos hermanos. Y a los que predestinó, a éstos también llamó; y a los que llamó, a éstos también justificó; y a los que justificó, a éstos también glorificó ¿Qué, pues, diremos a esto? Si Dios es por nosotros, ¿quién contra nosotros?" Romanos 8:28-31
Según este pasaje, Dios nos:
  1. Predestinó para alcanzar la semejanza divina
  2. Llamó de acuerdo a su propósito
  3. Justificó por la sangre de Jesús
  4. Glorificó
¿Nos glorificó? ¿En serio?
 A primera vista parece un exceso de optimismo del apóstol decir que ya estamos glorificados. O como mucho, parece una figura retórica.
Él repite sin embargo esa idea en el libro de Efesios, al decir que "juntamente con él [Cristo] nos resucitó, y asimismo nos hizo sentar en los lugares celestiales con Cristo Jesús." Efesios 2:6. Esto es posible puesto que Él ya se sentó primero allí (ver Efesios 1:20); su victoria es la nuestra. 
Pero lo dicho es más que una declaración anticipatoria. En la mente del Señor ya hemos vencido, ya nos hemos sentado con él en los lugares celestiales, ya estamos glorificados, pues él lo hizo posible. Solo falta que lo reconozcamos como una realidad. 
Si nos viéramos ya glorificados, como herederos con todo derecho al árbol de la vida, como hijos e hijas del Rey Celestial, ¡qué diferente sería nuestra experiencia aquí!
¡Cuántas dudas se disiparían! ¡Cuántos dolores se evitarían!
Tenemos un destino glorioso, que ya está listo y esperando.
Vivo a 1.200 km. de Buenos Aires, la capital de mi país. Desde aquí no puedo verla, y me llevaría un tiempo considerable viajar hacia allí -un poco menos si voy en avión-. Pero nada de eso impide que exista o que pueda llegar a ella. No es menos concreta por ese motivo. Así también el hecho de la glorificación. 
No es menos real por la distancia que nos separa del trono de Dios, así como nuestro destino no es menos real al comenzar un viaje que al terminarlo. Tampoco es menos cierto a causa del tiempo que falta para que nuestra esperanza se realice. Tenemos el cheque en la mano, solo nos falta cobrarlo.
Ni el tiempo, ni la distancia son escollos para la firme voluntad del Señor de hacernos hijos suyos y de llevarnos de vuelta al hogar. Nuestra glorificación no es entonces un asunto del futuro, ni algo que debamos considerar como lejano. Fuimos predestinados para la salvación, fuimos llamados y justificados en la valiosísima sangre de Cristo ¿Qué más necesitamos?
Podemos tener ahora mismo la seguridad que da su santa Palabra. Podemos experimentar el gozo de las huestes celestiales y alabar al Señor por su gran salvación. 
Reconocemos que aún tenemos batallas que librar, que las tropas de Satanás todavía nos asedian, que hay tentaciones que evitar, defectos de carácter que depositar a los pies de Cristo y muchas cosas más...
La realidad terrenal del terrible conflicto en que nos hallamos no debería sepultar el hecho objetivo de que somos vistos por nuestro Redentor como ya glorificados.
Pero alcemos nuestros ojos y contemplemos las realidades que sólo se ven por fe; contemplemos la luz que brilla  través de las relucientes puertas de perlas abiertas para nosotros en la Nueva Jerusalén.
Anticipemos la victoria, que por cierto ya es nuestra. Anticipemos la salvación, la vida eterna, la comunión con los ángeles y el resto del universo... ¿Por qué no?
Dios quiere que estemos seguros de nuestra victoria -ganada por Jesús en la cruz del Calvario-; nos llama a disfrutar por anticipado de los goces del cielo. Él nos dice: "porque todo es vuestro... y vosotros de Cristo, y Cristo de Dios".1ª Corintios 3:21-23

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