LOS SENTIMIENTOS DE DIOS

"¿Cómo podré abandonarte, oh Efraín? ¿Te entregaré yo, Israel? ¿Cómo podré yo hacerte como Adma, o ponerte como a Zeboim? Mi corazón se conmueve dentro de mí, se inflama toda mi compasión". Oseas 11:7,8
¿Podemos alcanzar a comprender los sentimientos de Dios?
Guardando las distancias entre la limitada humanidad y el Dios Todopoderoso, él manifiesta sentimientos similares a los nuestros -no en balde fuimos hechos a su imagen-. La Biblia tiene múltiples ejemplos de ello. Nos dice que no tenemos un Dios insensible y lejano, sino uno que se derrama en misericordia por sus criaturas, al tiempo que se duele y lamenta por el daño que nos hizo el pecado.
Oseas es el profeta que retrata más vívidamente la ternura, el amor y la compasión que el Señor sentía por el rebelde Israel. Y sigue sintiendo lo mismo por su pueblo actual; no menos extraviado que el de la antigüedad

Nos dice hoy a ti y a mí:
  • "¡Quién diera que tuviesen tal corazón, que me temiesen y guardasen todos los días todos mis mandamientos, para que a ellos y a sus hijos les fuese bien para siempre!" Deuteronomio 5:29
  • "¡Jerusalén, Jerusalén, que matas a los profetas, y apedreas a los que te son enviados! ¡Cuántas veces quise juntar a tus hijos, como la gallina a sus polluelos debajo de sus alas, y no quisiste!" Lucas 13:34
  • "Yo conozco tus obras, que ni eres frío ni caliente. ¡Ojalá fueses frío o caliente! Pero por cuanto eres tibio, y no frío ni caliente, te vomitaré de mi boca". Apocalipsis 3:15,16 
Quiere que nos vaya bien, y sabe que eso solamente pasará si vivimos en obediencia a su santa ley. 
Quiere juntarnos bajo sus alas de misericordia para librarnos del poder del enemigo.
Quiere que abandonemos nuestra complaciente tibieza para arder de amor por su nombre y su causa.
Aunque fuertes, cada una de estas palabras nos fueron dirigidas en forma individual, puesto que (ya sea que nos demos cuenta o no), los pecadores habitantes de este minúsculo planeta somos objeto de la consideración suprema de nuestro Creador. 
Por lo tanto, no duda en manifestar su repudio a la indolente necedad de Laodicea, al obstinado rechazo de sus mensajeros, o a los que se apartan para vivir según su propia voluntad.
Y aunque duele decirlo, desde Adán en adelante la humanidad no ha hecho más que conformarse con el pecado, desinteresarse de su Salvador y desdeñar sus llamamientos. 
¡Cuánta ingratitud!
Su bondadoso corazón se estremece de amor a su criatura caída y de odio al pecado que lo ha separado de su amante cuidado.  
Quiere, anhela, desea, ansía, suspira, espera... tu respuesta y la mía.
¿Sientes ya lo que él siente?
Somos objeto de los más tiernos afectos de nuestro Hacedor y no respondemos adecuadamente a tan superabundante demostración de amor. Como el anciano padre de la parábola, él se halla a la puerta, suspirando por cada uno de sus pródigos y deseando traerlos a casa. Espera además que no manifestemos el mismo frio glacial del hijo mayor, completamente insensibles a la triste condición de nuestros hermanos. Quizás, lo que más desea, es que compartamos sus sentimientos de amor por los perdidos.
¿Responderás?

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